domingo, 3 de enero de 2016




Antes de volver a tierra recuerdo todo el mar,
un manto negro apuñalado por un fuego
que cayó del cielo como un tigre fusilado.

Los colores del río jugaban espejo en nuestros sueños,
mediodías calcinados tributaban llamas a la vigilia
y hogueras ardiendo en la noche solas.

En el instante antes de que el río se haga mar
el viento habla una lengua anciana;
rodeados de agua pesada
intuimos el trueno de la ablación glaciar
como serpiente romper entre la espuma,
rezamos en silencio por una cinta de oro para escapar de la deriva.

Y lo que fue mapa era río,
y el río sangro hasta que se hizo mar.
Cuando los pájaros se derrumbaron como piedras en el horizonte,
ahí dejamos de soñar las bestias
que crecen en el borde de los mapas;
humedecidos de aguamarina los pulmones, el pecho se nos hinchó,
aguavivas apedreadas por niños de un balneario fantasma. 

Lo último que me acuerdo es todo el mar,
un manto negro apuñalado por un fuego,
un tigre fusilado colgado de la bóveda del cielo,
para, al fin, regresar mudos a nuestro hogar.
Nadie nos avisó nunca de la leve glaciación de la sangre,
de que las sirenas olvidaron el nombre
de los gigantes extintos.

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