Antes
de volver a tierra recuerdo todo el mar,
un manto
negro apuñalado por un fuego
que
cayó del cielo como un tigre fusilado.
Los
colores del río jugaban espejo en nuestros sueños,
mediodías
calcinados tributaban llamas a la
vigilia
y
hogueras ardiendo en la noche solas.
En el
instante antes de que el río se haga mar
el
viento habla una lengua anciana;
rodeados
de agua pesada
intuimos
el trueno de la ablación glaciar
como serpiente
romper entre la espuma,
rezamos
en silencio por una cinta de oro para escapar de la deriva.
Y lo
que fue mapa era río,
y el río
sangro hasta que se hizo mar.
Cuando
los pájaros se derrumbaron como piedras en el horizonte,
ahí dejamos
de soñar las bestias
que
crecen en el borde de los mapas;
humedecidos
de aguamarina los pulmones, el pecho se nos hinchó,
aguavivas
apedreadas por niños de un balneario fantasma.
Lo último
que me acuerdo es todo el mar,
un
manto negro apuñalado por un fuego,
un tigre
fusilado colgado de la bóveda del cielo,
para,
al fin, regresar mudos a nuestro hogar.
Nadie
nos avisó nunca de la leve glaciación de
la sangre,
de que
las sirenas olvidaron el nombre
de los
gigantes extintos.
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