miércoles, 13 de julio de 2011

Helio


Macri y el Pro. De pronto se nos figura como algo obvio, evidente, y de una banalidad cansina. Nos atrapa rápidamente la tentación de desdeñarlo como el más elemental mutante de la radiación neoliberal de los 90. Su huella nos remite al plan económico y cultural de la dictadura, del que se revela heredero por línea de sangre. No es menor el impulso de entenderlo como un mero aglomerado de simplones valores reaccionarios, como un conjunto de contenidos que se alinean en el hemisferio derecho del cerebro y no muy diferentes de la maleza que crece en el pantano de los medios. Probablemente sea eso bastante cierto, y en ese caso las líneas que prosiguen estarán de más. Sin embargo puede ser interesante elaborar algunas anotaciones a fin de tratar de abandonar el ya gastado y reduccionista rótulo de “facho”, utilizado hasta perder el sentido.

El periodista le pregunta a Rodríguez Larreta si entiende que hay dos modelos en juego y este responde naderías. Ni que hay un modelo u otro, ni que rechaza el planteo, ni que rechaza hablar de modelos, ni nada. Larreta habla de vecinos, de ser feliz y sonríe para el ojo de la cámara. Macri pide hablar de sexo a un notero y grita “juntos venimos bien”. Casi parece que dirá “estar cerca es muy bueno”, pero solo repite su performance: “juntos venimos bien”. Palabras que acaso por livianas se pretenden “desideologizadas”. Confeti y arcoíris de discoteca en clara omisión de simbología política, desprecio por cualquier tradición identitaria nacional, ahistoricidad. 

Que es la figura del globo amarillo sino la condensación máxima de su liberalismo de helio. Allí donde no resuena el eco del compromiso más que como slogan que interpela, a través de marketing planificado en oficinas de gurus publicitarios, a “vecinos” atomizados. La evanescencia de la versión salvaje del capitalismo tardío. Capitalismo abandónico y fuga final del fondo buitre ascendiendo como globo al cielo que imaginó William Gibson, aquel con el “color de una pantalla de televisor sintonizado en un canal  muerto”. Para la visión que supone el mercado como dinamizador de todas las esferas de lo social el estado es un lastre demasiado pesado, las instituciones poco más que cartón pintado y la escena pública metamorfosea en show. Hasta la laca en el pelo de López Murphy parece demasiado concreta para ser parte del universo Pro. 

Parafraseando al filósofo Jean Baudrillard, así como la figura de las torres gemelas expresa la aspiración de “punto final del sistema” que no encuentra a otro más que a si mismo, la construcción del discurso del neoliberalismo vernáculo se cierra como una coraza, se pliega sobre si. Su lógica es la del monopolio que lanza su mirada al mundo y solo encuentra su propia imagen en todas partes. Frases castradas, textos que no se abren al diálogo, mera sintonía en un canal muerto o codificado. Un huevo de la serpiente modelo siglo 21 que incuba al calor de los rayos catódicos. Con el cinismo con que lo expresara la infame Margaret Thatcher, el macrismo susurra  “no existe la sociedad”. No hay otro por fuera de mí. Ese es su núcleo duro, su eje brutalmente neoliberal de neodarwinismo social: la caída del otro. 

Plegarse sobre si mismo, como nos enseño la década del 90, canjeando la construcción colectiva por la constricción al individuo. He aquí donde irrumpe el cotillón, su fraseología tan parecida a la autoayuda, la muerte del debate o su transfiguración en parodia.  Paradójicamente radica ahí su fortaleza, su circuito cerrado difícil roer. Como el “bailando por un sueño” remitiendo a si mismo hasta el infinito en los distintos canales, como la tapa del Clarín replicada una y otra vez en las radios por periodistas replicantes. De ahí el exceso de búsqueda del mero contacto en sus palabras, hipérbole de la función fáctica generando un efecto de comunicación ahí donde la comunicación ha muerto. 

Un universo donde la discusión de modelos se representa como agresión, el  inmigrante   es intruso que viene usar el hospital que pagamos con nuestros impuestos y al que duerme abajo de la autopista hay que meterle palo por que es el peligro potencial. La ciudad de las mil y más cámaras de seguridad, escenario para mirar y controlar pero jamás calles para ser caminadas. El poder económico reclama librarse del individuo y a cambio le ofrece un mar de luces, led y fibra óptica como pompa fúnebre para su subjetividad minada por la indefensión. Macri exuda la lógica de los medios y el capitalismo nómade. La estética de reality show no es un mero exceso de Durán Barba: en el desierto Pro ya no hay historia, ya no hay interlocutor válido, ya no hay sociedad… Macri es la televisión.