lunes, 28 de octubre de 2013



Ese árbol daba frutos eléctricos,
niños rubios con peinados de margarina
mordían felices sus manzanas de Volta,
un ácido como el de la lengua sobre una batería de nueve.

¡Viva el sol!
Juntaban las manzanas rojo laca
y amontonaban electrodomésticos rotos
como ofrendas a lo largo del campo.
Un verano resucitaron treinta y dos televisores,
uno a uno encendían  en un canal muerto
o captando viejas repeticiones
¡Viva el sol, viva la vida!

De noche la gramilla despedía una luz gris y azulada,
manchas de tréboles fluorescían entre el pasto,
y los grillos cantaban un coro de ruido blanco.
Cortando la oscuridad las luciérnagas serpenteaban
contentas porque ya nunca estarían solas.
  
Con el polvo que sale de los tubos de luz rotos como rocío,
las flores más extrañas aparecían en la mañana
y cuando el cielo se ponía rojizo,
las jóvenes armaban ramilletes enormes
para decorar su pelo y sus vestidos.

Un niño hoy viejo,
que antes tenía una sonrisa blanca de masticar alquitrán,
entierra baterías donde estaba el árbol,
las saca de los autos abandonados al costado de la ruta,
dicen que el probó las manzanas de Volta.