viernes, 10 de noviembre de 2017



De todos los secretos que extrajeron del corazón de la tierra
el más extraño fueron los corazones,
yacientes flores salvajes sangrando en el polvo
llenos de piedra y secos
al borde del camino.
Hay una historia
de los mineros del corazón de carbón
sepultados en la tierra,
meses después del día que extrajeron el secreto
que no moriría con ellos
porque prefirieron perderse
cientos de metros abajo,
cerca del centro
de El Corazón
de la tierra.
Si este mar que nos rodea
te ayudara a recordar algo,
algo que nunca fue dicho,
de sangre y aceite brotando en charcos naturales,
de las antenas las trasmisiones,
y de las vírgenes de estática
que intuían las operadoras telefónicas
y los radioaficionados.
 
Fue en el desierto, que acariciaron el secreto.
El pueblo aún de fiesta como cada año
hizo el silencio de los muertos
mientras los pocos semáforos advertían solitarios
la entrada a un reino de jaspe y sangre.
No se olvida la mirada de quien acarició el secreto:
algo que te envuelve del frío
como llanto de los primogénitos,
el chirrido de zorras sobre las vías que se deslizan hacia a la noche.
¿Escuchás el mar? ¿La estática de las vírgenes?
¿Y el olor de los mineros, el sudor de los trenes,
la sangre seca? ¿La contorsión de flores extrañas
como sistemas sanguíneos de las tierra?
Ya a los fantasmas que de noche rodean mi casa
querría ofrecerles una piedra bruta del corazón de la tierra,
o la piedra tosca de mis ideas, la tosca de mis vísceras…
para poder dormir
y contarte la historia
pero ya no puedo recordar.