sábado, 28 de noviembre de 2015





Bajo el resplandor del sol
nos regalaron una última mirada de plata.
Habían llegado con el mar,
desde lo más profundo del aliento salado de la noche,
sus nombres  prestidigitados por esas luces sobre el mar.
Bailaron bajo la luz de la Cruz del Sur,
el frío mezclado con el eco de las voces de los niños,
y desde entonces su brillo habitó nuestros sueños.

A veces me acuesto triste
pero  despierto en medio de la noche,
casi libre, los pies sobre la arena fría,
atento a esas luces sobre el mar.

viernes, 27 de noviembre de 2015




Esa mancha que ves ahí
es donde pasaba la ruta vieja,
es más fácil ahí que encuentres un trébol.
Una caravana enorme pasó una vez
huyendo del río,
y fundaron otras ciudades inundadas
en dirección opuesta al cableado de los postes de allá.

Esa gente de ahí son como hologramas
que si cerrás los ojos los seguís viendo,
o más bien son impresiones del sol en los ojos,
la superficie solar bailando
sobre la superficie de la retina.

Está ideal para hacerse una siesta,
me voy quedando dormido,
y esta brisa que hiperoxigena mi pecho abierto a puñaladas
es el cielo que se precipita sobre nosotros.

                             ****

El sol nos regalaba novas incandescentes
que yo juntaba y ponía bajo la almohada
junto a otros sellos fríos de otros mediodías.

Si encontraba un bicho raro entre el pasto
lo ponía bajo la baldosa floja,
cerca de la ventana de la cocina,
como esos escarabajos con dos puntitos
o una mantis religiosa.
El abuelo juraba que su circulación bajo las losas
electrificaba los cimientos, hacia descarga en la heladera.

Supe también de cuando los ángeles
camuflados de pájaros
vistieron la noche de centellas
y mataron al ganado por accidente,
pero eso ya lo olvidé.

Si pudiese decir mi nombre
como el sonido redondeado
de la grava al costado de la ruta,
podría acceder al secreto del sol,
disponer del misterio de la luz mala.

lunes, 20 de abril de 2015





Dicen que la lluvia fue inmensa,
que las niñas vuelan sobre el agua,
que en los toboganes pluviales de los balcones
los jóvenes se lanzan en bomba
ante la visión dorada de la ciudad hecha de agua.

Que un nuevo código hablan los autos sepultados
y escritas en nafta y líquido para frenos
se suceden otras precipitaciones imaginarias,
allá donde los peregrinos dibujan constelaciones
de aceite y madera balsa,
allá donde encallaron las sirenas
la noche antes de la lluvia inmensa.

Dicen que la lluvia fue inmensa,
que en las terrazas los viejos miran el atardecer hecho plata
de los carteles de inmobiliarias flotando bajo el sol,
miran las nuevas formas marinas romper la superficie del agua,
aletas de oro manoteando luces rojas al crepúsculo.

Dicen que la lluvia fue como ninguna otra lluvia fue
y que también fue inmensa,
que esta vez no hubo prorrateo de milímetros
porque toda la lluvia fue sobre la misma ciudad
y que los cirujanos extraen corazones,
los enjuagaban en el agua de la catedral sumergida
para limpiarlos y volverlos a poner, 
que las madres los secan en las sogas
y espantan a los pajaritos que los creen mburucuyá.

Un estuario la avenida principal,
donde las nubes rebotan
aquí en la tierra como en el cielo
y, dicen, hay un rumor de palabras abisales
y la felicidad en biciscafo.