martes, 21 de enero de 2014



Un canto de pájaros eléctricos quiebra la mañana,
su figura se recorta a contraluz.
Un sueño de lámparas de sodio,
las orillas de arroyos finitos,
hilos de agua entre costas blancas de cal y de litio.

En las copas de los árboles tejen nidos
de alambre y tanza robada a los pescadores,
buscan bichos de luz bajo las piedras,
entre los cardos de cobre.

Las piruetas incandescentes llegan con el atardecer,
giran, planean, aletean en el cielo rojizo.
Una estela verde se mantiene unos instantes,
se graba en el aire, y desaparece
en el rincón más alcalino del recuerdo.