lunes, 20 de abril de 2015





Dicen que la lluvia fue inmensa,
que las niñas vuelan sobre el agua,
que en los toboganes pluviales de los balcones
los jóvenes se lanzan en bomba
ante la visión dorada de la ciudad hecha de agua.

Que un nuevo código hablan los autos sepultados
y escritas en nafta y líquido para frenos
se suceden otras precipitaciones imaginarias,
allá donde los peregrinos dibujan constelaciones
de aceite y madera balsa,
allá donde encallaron las sirenas
la noche antes de la lluvia inmensa.

Dicen que la lluvia fue inmensa,
que en las terrazas los viejos miran el atardecer hecho plata
de los carteles de inmobiliarias flotando bajo el sol,
miran las nuevas formas marinas romper la superficie del agua,
aletas de oro manoteando luces rojas al crepúsculo.

Dicen que la lluvia fue como ninguna otra lluvia fue
y que también fue inmensa,
que esta vez no hubo prorrateo de milímetros
porque toda la lluvia fue sobre la misma ciudad
y que los cirujanos extraen corazones,
los enjuagaban en el agua de la catedral sumergida
para limpiarlos y volverlos a poner, 
que las madres los secan en las sogas
y espantan a los pajaritos que los creen mburucuyá.

Un estuario la avenida principal,
donde las nubes rebotan
aquí en la tierra como en el cielo
y, dicen, hay un rumor de palabras abisales
y la felicidad en biciscafo.