lunes, 29 de diciembre de 2014



Llegaron al barro del río,
sellaron sus voces en la humedad del aire,
una mañana dejaron correr sus caballos
y se marcharon siguiendo la costa.

Llegamos al cauce seco,
buscamos los rastros, sus vasijas,
pincelamos los pasos en el barro hecho piedra.
El chasquido del fuego murmuró sus nombres,
y de pronto supimos:
fueron felices viviendo para un dios menor
y los caballos que liberaron 
son los mismos 
que vemos correr en sueños.

domingo, 28 de diciembre de 2014



Al apagar la luz, con la debida atención,
los ojos abiertos y las ideas dormidas,
cuando los muebles comienzan a aparecer en la oscuridad,
mezcladas con esas fluorescencias que se ven de noche
(en esas manchas verdes que se ven de noche),
las columnas, las demarcaciones como cuchillos,
los postes, los camiones y el agua reaparecen.

La autopista entera se impone,
como si nunca se hubiese ido
y casi tácito e indescifrable
nuestros huesos conservaran el secreto de sus cimientos. 

lunes, 22 de diciembre de 2014

No estaría mal arrancar los camalotes que agolpan el pecho,
las cañas de sobrehueso entre las uñas,
pero la flora del jardín me gusta
porque son otro tipo de plantas,
y por eso las dejo crecer
y crecen infalibles.

Con bastones por tallos, son una colección de joyas en lo alto,
una red entre los postes soportando el peso del cielo.

Atrás, entre los paraísos,
por la noche se pasean
los tripulantes de un avión chocado,
se sientan junto al fuego,
recitan tramos de caja negra.

Otras veces los veo de tarde
sobre los bloques de concreto vestido de hiedra,
apretando las bolitas de paraíso
como relleno para embalajes de una caja vacía,
y el brillo del atardecer lo atrapan con sus ojos,
como si las trepadoras entre los postes
los ayudaran a demorarse aún en tierra.

Ellos hablan con los muertos,
quieren contarme de los fantasmas del futuro,
y dejan pequeños rollos de cinta en los marcos de las ventanas,
silvestres rosas magnéticas que el viento desoja
y cuelga del alambrado.
Pero yo no las escucho
y solo dejo crecer las plantas,
los cardos entre el matorral,
los árboles más chicos que crecen entre otros árboles,
porque al igual que a ellos me encantan esas flores
que como el arbusto de las buenas noches
se demoran durante el día
pero a eso de las siete
siempre sonríen al cielo nocturno.

miércoles, 7 de mayo de 2014




De noche enciende el velador,
se sienta junto al pasacassette
y repite su nombre incansablemente,
procurando disolver la palabra
y habitar, al fin,
un universo regrabable.

domingo, 13 de abril de 2014

En esta ciudad (Salvatore Quasimodo)


 
En esta ciudad también está la máquina
que tritura los sueños: con una ficha
viva, un pequeño disco de dolor,
enseguida estás al otro lado, en esta tierra,
desconocido en medio de sombras delirantes
sobre algas de fósforo hongos de humo:
un carrusel de monstruos
que gira sobre conchas
que resonando pútridas se quiebran.
Está en un bar que hace esquina, allá a la vuelta
de los plátanos, aquí en mi ciudad
o en otra parte. Vamos, ya se pone en marcha

martes, 21 de enero de 2014



Un canto de pájaros eléctricos quiebra la mañana,
su figura se recorta a contraluz.
Un sueño de lámparas de sodio,
las orillas de arroyos finitos,
hilos de agua entre costas blancas de cal y de litio.

En las copas de los árboles tejen nidos
de alambre y tanza robada a los pescadores,
buscan bichos de luz bajo las piedras,
entre los cardos de cobre.

Las piruetas incandescentes llegan con el atardecer,
giran, planean, aletean en el cielo rojizo.
Una estela verde se mantiene unos instantes,
se graba en el aire, y desaparece
en el rincón más alcalino del recuerdo.