sábado, 10 de noviembre de 2012

El día que los ángeles se cayeron del cielo
reventaron contra el pavimento,
contra las autopistas,
crucificados en las antenas
y colgados de los cables de alta tensión.

Desde los pisos de arriba vieron cintas plateadas
perforar el absurdo cielo matinal
y luego se dieron cuenta:
eran los ángeles,
se cayeron del cielo
y quedaron tirados en el pavimento.

Los limpiavidrios trabajaron a contraturno
despegando las plumas doradas de las torres,
convertidas en enormes lápidas cromadas
con la ciudad a sus pies como pasto seco.

Estrofas de plomo y hierro
sonaron en el pulmón lacerado de las calles,
ya no nos harían compañía
ni de noche,
ni de día.

A los que quedaron uno a uno los fuimos matando
sin querer, queriendo;
inyecciones de penicilina,
sueños de morfina,
algodones, cinta quirúrgica,
litio, yodo, haloperidol
y la sangre licuada de aspirina.

El último, el Exterminador,
se fue una tarde
y desde ese día todos nos sentimos más solos.