Llegaron al barro del río,
sellaron sus voces en la humedad del aire,
una mañana dejaron correr sus caballos
y se marcharon siguiendo la costa.
Llegamos al cauce seco,
buscamos los rastros, sus vasijas,
pincelamos los pasos en el barro hecho
piedra.
El chasquido del fuego murmuró sus nombres,
y de pronto supimos:
fueron felices viviendo para un dios menor
Me alegra comprobar que "regresó" tu blog, y dejame decirte que disfruto mucho cada entrada. ¡Un abrazo!
ResponderEliminarMuchas gracias Pablo!! Un honor tenerte por acá. Abrazo grande!
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